sábado, 27 de octubre de 2007

PETITE HISTOIRE (futuro deseado)





El viejo estaba sentado en su viejo sillón. Nada perturbaba su sueño de ojos abiertos. Ningún ruido alteraba su descanso, siempre merecido.
El tiempo pasaba sin estridencias ante su tierna mirada.
Sobre las arrugas sinuosas de sus manos, a veces se detenía un insecto impertinente, pero ni eso lo enfadaba. Con un suave movimiento lo espantaba y el bicho comprendía.
Su mirada no buscaba la novedad del pájaro recién posado en la rama del naranjo cercano. Ni siquiera esa hilera de hormigas que dibujaban carreteras interminables sobre la tierra seca. Ni el coche silencioso que pasaba por el camino estrecho, próximo a su casa. Ni el reactor que surcaba el cielo dejando su estela de humo camino de algún aeropuerto, seguro lejano.
Su mirada recorría el espacio exterior, pero casi siempre miraba hacia adentro. Y como en una sala de cine, proyectaba en la pantalla de su alma recuerdos, silencios, ruidos, caras y cuerpos... de su pasado.
El viejo vivía feliz contemplando a la vez que se sentía acariciado por la brisa de la vida que, regalándole momentos, cariñosamente lo contemplaba. Esa brisa y su sillón eran los únicos hilos que lo unían a ese otro mundo en el que él antes tanto había trabajado, tanto disfrutado, tanto sufrido...
Ahora, a sus más de 80 años, sólo quiere estar sentado en su viejo sillón, seguir recibiendo el dulce regalo de la vida y releer los pasajes de los recuerdos escritos y guardados en su memoria. Y…quizá, que alguna mano amiga le acaricie su frente o, tal vez, que una voz cercana llena de cariño, lo abrace incluso con silencios.


(Si le temo a los renglones cortos, más le temo a los largos, pero hoy, después de haber saboreado unos cuantos de altramuces, me sentí valiente, así que para algo sirven los chochos).

viernes, 26 de octubre de 2007

CHOCHOS DE OTOÑO...







Ayer me regalaron un bote lleno de chochos…ricos, grandes, de lo más “salaíllos” (1) que he comido. Y claro, empezaron a venir vivencias de la infancia, a reflorecer recuerdos..a recordar poemas.
De higos a brevas, un niño de la Córdoba de los años 60, pillaba alguna que otra perra gorda o juntaba perrillas hasta llegar a los dos reales. Con ellos, casi sin dudar porque no había, afortunadamente, tanta oferta, un pequeño grupo de vecinos de la misma casa, todos en pantalón corto, nos dirigíamos a la “arropiera” (2), que era como llamábamos a la persona que en un pequeño tenderete vendía las golosinas, “quiquis” (3) y altramuces, pero nosotros, porque podíamos, pedíamos chochos, no altramuces.
Luego, ya más de mayor, cuando uno empieza a leer, descubrí que unos siglos más atrás, el mismísimo D. Luis de Góngora, poeta cordobés y admirado por todos los grandes poetas del siglo XX (y ojalá de los venideros), disfrutaba con los chochos, en compañía de su hermana, como yo y mis vecinos de casa.
Y como aquellos chochos me dieron placer, como estos de hoy y de ayer…he querido compartir el recuerdo.

…/
dáranos un cuarto
mi tía la ollera.
Compraremos de él,
(que nadie lo sepa)
chochos y garbanzos
para la merienda. (.../)

(Romance de la Hermana Marica, de don Luis de Góngora)

(1) Nombre popular que se le da a los altramuces una vez preparados para comer (otro día, si a alguien le interesa, le cuento cómo hacerlos).
(2) Puesto de chucherías y demás alicientes infantiles.
(3) Golosina consistente en un pequeño caramelo casero, quizá precursor del chupa-chups, que tenía un trocito de azúcar multicolor ensartado por un palillo de dientes.

viernes, 12 de octubre de 2007

OTOÑO





Pasa el tiempo. Pasan los años. Pasan los instantes. Y siempre llega otro momento.
Hoy me remangué y busqué en el fondo de la taleguita y, entre algunas cartas con franqueo de 3 pesetas (timbre con rostro olvidado), me encontré estas palabras. Las pongo aquí para compartirlas y no dejarlas en el olvido (en mi propio olvido). Las escribí al final de una primavera, cuando corría el año 1978.

Las calles, por las aceras,
empezarán cubrirse
de hojas ya grises y muertas.
De monotonía pálidos,
se irán por entre las eras
los caminos de Castilla.
Y Córdoba, tan chiquilla,
está llorando sus penas.
Perdió la luz de sus flores,
de sus patios y macetas.
Ya no hay blancas celindas
ni claveles en las verjas.
¡Qué malito que es el tiempo
de sonrisas y lamentos!